Por María Eugenia Mendoza Arrubarrena
Los libros dejaban volar su imaginación y se hacían ilusiones de encontrarse con lectores amorosos y cuidadosos, que les proporcionarían un hogar y todos los cuidados que requieren, que hasta eso, reflexionaban, no son tantos como los que demanda un cachorrito (y conste que no tienen nada en contra de los cachorritos caninos y mucho menos felinos). Se conformaban con ser colocados al alcance de todos los habitantes de la casa, en un lugar bien ventilado, sin mucha humedad, en donde no acumulen mucho polvo sobre sus superficies. Deseaban, eso sí que los liberaran de la cubierta plástica, muy útil mientras están en exhibición, pero asfixiante cuando ya han salido del punto de venta, además, los libros retractilados dan la impresión de que han sido olvidados y abandonados.
Ese día, su día, cuando en el ambiente se percibía el perfume de rosas y tinta, hubo libros que soñaron con un mundo de lectores decidido a construir la paz. Muchos otros, entre ellos los de historia, guardaron silencio.
Pasado el jolgorio y una vez instalados, los más tímidos (medio acomplejados porque no ostentaban en su lomo y portada el nombre de un reconocido autor, un título muy sugerente o la imagen de personajes populares), están dispuestos a esperar pacientemente a que la mano que los seleccionó o alguien que pase frente a ellos los abra, comience a pasar sus dedos por sus páginas, los lea y descubra lo que se traen entre hojas.
Los libros de arte, arquitectura, viajes, gastronomía, decoración, automóviles, ciencias y muchos más están convencidos de que además de estar destinados a la lectura, los lectores les confieren cualidad de decorativos, están ahí para darles distición en los lugares más visibles de las casas.
Algunos libros son tan sabios que reconocen que no hay un solo destino para ellos, lo saben bien y, por supuesto que desean que se cumplan los que tuvieron en mente autores, editores y toda la gente que participa en su creación y distribución: ser leídos en silencio o en voz alta; gozados o sufridos, compartidos, comentados, recomendados, obsequiados, atesorados, heredados. Por desgracia para algunos (que preferirían ignorarlo), los que son devueltos por no haberse vendido ni siquiera a precios muy rebajados, los que son descatalogados y arrumbados en cajas, y sólo generan gastos por ocupar metros cuadrados en un almacén, su destino es la guillotina (por más terrible que se oiga), para ser convertidos en serpentinas y confeti y vendidos por kilo a las papeleras para reciclar. Pero sobre este asunto mejor no querían ni pensar y menos en su día de fiesta.
Fotografías: Percival Argüero
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